Lola, sin azúcar.

Actualmente, me siento en el café que ya conocía, tomándome el café que siempre pedía, y escuchando la música que siempre escuchaba para conseguir que los “creative juices” hagan su trabajo de decirles en palabras bonitas justo como me siento, mientras observo la puerta del casino viejísimo que queda frente al ventanal detrás de mi pantalla, como solía hacer un tiempo atrás. Y aunque todo parece mantenerse relativamente constante, y el olor de esta cafetería no cambia, la chica que se come el teclado con las uñas no parece ser la misma que resaltaba sus notas con un marcador color rosa pastel.  

En un punto de mi vida, esta cafetería se convirtió en mi espacio de sanidad, no porque tengan el mejor café en el mundo (que por cierto, no lo tienen) pues si pides un “iced latte,” te dan un café caliente y un vaso con hielo.  No es porque sea tranquilo, porque es la cafetería del lobby de un hotel; y tampoco es porque conozcan mi orden, porque no me conocen a mí, ni se recuerdan de que yo venía mucho. Menos recordarán que aquí llore cuando deje a mi ex-novio, ni que vine a escribir poemas cuando me enamoré de nuevo de la vida – y de otro hombre. Y aunque hay otros cafés en donde entro y se saben hasta cuantos hielos quiero en mi café, no hay sentimiento más deliciosamente solitario, sabroso, y rico que estar en una ciudad donde nadie te conoce y saber que precisamente… nadie te conoce; ni tú te conoces tan bien como pensaste, y con el tiempo te das cuenta de que no te gusta el café con azúcar, sólo que lo llevabas tomando así toda la vida y pensabas que así era que se tenía que tomar.  

Pero este blog no trata del café.

Nunca he sido buena con los cambios, con las despedidas mucho peor; pero siempre he estado enamorada de la idea de que tienes la oportunidad de empezar de nuevo – y algunas veces, si tienes suerte, y si sueñas suficiente, en otro país donde nadie te conoce, y tienes la oportunidad de ser quien quieras ser, de tomar otra ruta para llegar a tu casa, y dejar atrás todo lo que pensaste que eras. Puedes caminar por las calles menos pobladas, puedes enamorarte de alguien que no conoce tu historia, puedes cambiarte el pelo, cambiar como hablas, la música que escuchas, tu bebida de salida, y cambiar de orden de café y conocerte de nuevo. 

Un placer, yo soy Lola, vivo en Madrid, y me tomo el matcha bien oscuro con leche de avena.